domingo, 9 de septiembre de 2007

Historia de un pescador


Estando tan lejos de lo que he conocido toda mi vida, y sobre todo de las personas a las que más amo y quiero es inevitable que tenga mis momentos nostálgicos... No, no me malentiendan, estoy muy contento en Montevideo, feliz porque la oportunidad que tengo es muy buena, y tengo que ser igual de bueno para poder aprovecharla y mantenerla.


He paseado un poco por la Rambla (La orilla de lo que ellos llaman la playa, que en realidad es la orilla del Rio de la Plata). Ver un atardecer... escuchar el sonido del agua... percibir ese ligero olor salino disfrazado por el triste estado impulcro del rio... son cosas que me hacen recordar lo que más quiero y que está a miles de kilómetros de mi. En uno de esos paseos recordé una historia que me gusta mucho y quiero compartir con ustedes, el objetivo es que dediquen 5 minutos de su tiempo a pensar en lo que tienen, lo que quieren y que tanto están dispuestos a sacrificar para alcanzarlo. A veces convertimos el camino en el objetivo y nos olvidamos de todo aquello que en verdad vale la pena, asi que valoren lo que tienen en estos momentos, no se aferren con desesperación, mejor disfutenlo e impregnense de su esencia, porque al final es lo único que conservamos de cada instante... su esencia.


Hace algún tiempo vivía un niño de corta edad en un pequeño pueblo, alejado de las urbes y el ajetreado ritmo de vida. El niño había nacido en esa aldea, habia crecido al lado de sus padres y sus amigos y con el tiempo se había convertido en un hombre. A sus 22 años, su rutina consistía en levantarse para ver el amanecer, tomar el pan con sus padres y hermanos y subir a su bote para ir a pescar. Tras varias horas de haberse internado en el oceano regresaba a casa con el sagrado alimento, se reunía con su familia para preparar y consumir la comida mientras charlaba sobre las trivialidades de la vida.


Al terminar de comer con su familia, iba por las tardes a una taberna y se reunía con sus amigos a tomar una cerveza mientras el ocaso del día llegaba. Tenía 22 años pero cada amanecer y cada atardecer eran distintos, cada uno estaba impreganado de su propio esencia. Un buen dia se levantó y fastidiado de la simpleza de su rutina decidió dejar todo atrás e ir a la gran urbe en busca de lo que a veces llamámos éxito. Inició desde el primer escalon, y durante muchos años paso noches en vela preparándose y llevando toda su capacidad al límite para conseguir lo que más añoraba, renunció al amor de su vida, a su familia y a sus amigos y por fin tras 40 años de sacrificios había logrado construir un gran imperio, cuyo ocaso se veía tan lejano como el extremo más recóndito del universo.


Tras 3 años de haber constituido su empresa el ahora hombre de edad avanzada quería retirarse, buscar el descanso libre de preocupaciones y del terrible ritmo de vida que la urbe le forzaba a llevar. Así que vendió gran parte de sus acciones y propiedades y se retiró con una gran fortuna, busco un pueblo alejado, cerca del mar y compró ahí una pequeña propiedad. Consiguió un bote desvalijado y el mismo lo reparo. Cada día se levantaba a sus 65 años a ver el amanecer y después internarse en el mar para pescar, al regresar preparaba sus alimentos y visitaba una taberna por las tardes en donde charlaba y reía con la gente de lugar mientras trascurría el atardecer.


A veces nos preocupamos tanto por vanalidades que nos olvidamos que lo que verdaderamente importa es justo lo que tenemos.

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